"Actúa ahora contra el cambio climático"

La Asociación Globalízate, integrante de la Campaña Global contra el Cambio Climático, se suma al día global de protesta contra el cambio climático organizando una manifestación en Madrid el día 8 de diciembre de 2007, a las 12 horas en la Puerta del Sol. Ese mismo día los líderes mundiales estarán reunidos con motivo de las conversaciones de las Naciones Unidas para tratar de conseguir un acuerdo de reducción de emisiones tras la finalización del protocolo de Kyoto en 2012 que se celebrarán en Bali, entre el 3 y el 14 de Diciembre.

Ese día se van a celebrar manifestaciones en decenas de ciudades en más de 50 países (Reino Unido, Alemania, EEUU, Canadá, Australia, Bolivia, Japón, etc.)

Globalízate fue una de las muchas asociaciones que organizaron la exitosa manifestación en Madrid en el Día de la Tierra, así como el Apagón del pasado día 15 de noviembre y la jornada contra el cambio climático que se celebró el día 17 de noviembre en la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense.

El día 8 de diciembre nos sumamos a la jornada global de manifestaciones porque creemos que no se están tomando las medidas necesarias para evitar que el cambio climático ponga en peligro la vida en el planeta.

Pensamos que sólo, si somos capaces de crear un movimiento global de gran envergadura, conseguiremos que los dirigentes mundiales se decidan a implementar las medidas necesarias para evitar una catástrofe de proporciones inimaginables.

En las Conversaciones de las Naciones Unidas en Bali se discutirá el tratado que reemplazará al de Kyoto, de ahí la importancia que tendrán sus acuerdos. Por eso saldremos a las calles en todos los rincones del mundo para pedir a nuestros dirigentes que tomen medidas ya, dejarlo para mañana será demasiado tarde.



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Presidente : Mario Cuellar.
Relación con Prensa: Félix Nieto.
Teléfonos de contacto: 626 87 94 13 - 649 92 51 86

Los transgénicos se defienden a balazos

En marzo de 2006, un grupo de campesinos de la Vía Campesina y el Movimiento sin Tierra en Brasil ocuparon unos campos experimentales de transgénicos que la empresa semillera Syngenta (constituida a partir de Novartis y Zeneca) tenía en Santa Teresa do Oeste. Los movimientos campesinos querían advertir de la ilegalidad de estos campos por su peligro de contaminación hacia el Parque Nacional de Iguazú, del que estaba demasiado cerca, y para las variedades de maíz criollo de los campesinos próximos.

La propuesta de Vía Campesina fue transformar el campo contaminante de Syngenta en un centro de investigación y producción de semillas agroecológicas, con variedades campesinas, accesibles a todos y sin patentes.

Mientras la ocupación está aún en los tribunales, los campesinos ocupantes se habían trasladado a unos asentamientos cercanos. Pero Syngenta ha mantenido amenazas a los mismos hasta que el pasado 21 de octubre una milicia armada, contratada por la trasnacional de transgénicos, invadió sus asentamientos, matando de dos tiros a Valmir Mota de Oliveira, militante del Movimiento Sin Tierra, de 34 años, padre de tres hijos. Además, hirió gravemente a otras personas del mismo movimiento.

Si Syngenta defiende así sus intereses económicos propongo a los campesinos y campesinas españoles defender un modelo de agricultura ecológica y social boicoteando los productos Syngenta que se distribuyen por toda España. La lucha por la soberanía alimentaria de los pueblos avanza, pero con víctimas en su andadura.

Los pequeños productores están enfriando el planeta

Las actuales formas globales de producción, consumo y mercado han causado una destrucción masiva del medio ambiente incluyendo el calentamiento global que está poniendo en riesgo los ecosistemas de nuestro planeta y llevando a las comunidades humanas hacia desastres. El calentamiento global muestra el fracaso del modelo de desarrollo basado en el consumo de energía fósil, la sobreproducción y el libre comercio.

Los campesinos y campesinas de todo el mundo unen sus manos con otros movimientos sociales, organizaciones, personas y comunidades para pedir y desarrollar radicales transformaciones sociales, económicas y políticas para invertir la tendencia actual.

Los campesinos, especialmente los pequeños productores, son los primeros en sufrir los cambios climáticos. Los cambios en las estaciones traen consigo sequías inusuales, inundaciones y tormentas, destruyendo tierras de cultivo y las casas de campesinos. Más aún, las especies animales y vegetales están desapareciendo a un ritmo sin precedentes. Los campesinos tienen que acomodarse a nuevos patrones de clima, adaptando sus semillas y sus sistemas de producción habituales a una situación impredecible. Más aún, las sequías e inundaciones están llevando a fracasos en las cosechas aumentando el número de personas hambrientas en el mundo. Hay estudios que predicen un descenso de la producción agrícola global de entre un 3 y un 16% para el año 2080. En las regiones tropicales, el calentamiento global es muy probable que lleve a un grave declive de la agricultura (más del 50% en Senegal y del 40% en India), y a la aceleración de la desertificación de tierras de cultivo. Por otro lado, enormes áreas en Rusia y Canadá se volverán cultivables por vez primera en la historia humana, pero todavía se desconoce cómo estas regiones se podrán cultivar.

La producción y el consumo industrial de alimentos están contribuyendo de forma significativa al calentamiento global y a la destrucción de comunidades rurales. El transporte intercontinental de alimentos, el monocultivo intensivo, la destrucción de tierras y bosques y el uso de insumos químicos en la agricultura están transformando la agricultura en un consumidor de energía, y están contribuyendo al cambio climático. Bajo las políticas neoliberales impuestas por la Organización Mundial del Comercio, los Acuerdos de Libre Comercio bilaterales, así como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, la comida se produce con pesticidas derivados del petróleo y fertilizantes, y transportadas por todo el mundo para su transformación y consumo.

La Vía Campesina, un movimiento que reúne a millones de campesinos y productores de todo el mundo, se declara que es tiempo de cambiar de forma radical nuestra forma de producir, transformar, comerciar y consumir alimentos y productos agrícolas. Creemos que la agricultura sostenible a pequeña escala y el consumo local de alimentos va a invertir la devastación actual y sustentar a millones de familias campesinas. La agricultura también puede contribuir a enfriar la tierra usando prácticas agrícolas que reduzcan las emisiones de CO² y el uso de energía por los campesinos.

Por otra parte, los campesinos también pueden contribuir a la producción de energía renovable, especialmente mediante la energía solar y el biogás.

La agricultura globalizada y la agricultura industrializada crean calentamiento global

1/ Por transportar alimentos por todo el mudo

Se transportan alimentos frescos y empaquetados por todo el mundo y no es raro ahora encontrar en Estados Unidos o en Europa frutas, verduras, carne o vino de África, Sudamérica u Oceanía; también encontramos arroz asiático en América o en África.

Los combustibles fósiles usados para transporte de alimentos están liberando toneladas de CO2 a la atmósfera. La organización de campesinos suizos UNITERRE calculó que un kilo de espárragos importado desde México necesita 5 litros de petróleo para viajar por vía aérea (11´800 Km.) hasta Suiza. Sin embargo un kilo de espárragos producido en Ginebra solo necesita 0,3 litros de petróleo para llegar hasta el consumidor .

2/ Por la imposición de medios industriales de producción (mecanización, intensificación, uso de agroquímicos, monocultivo...)

La llamada agricultura moderna, especialmente el monocultivo industrial, está destruyendo los procesos naturales del suelo (lo que lleva a la presencia de CO2 en la materia orgánica) y lo reemplaza por procesos químicos basados en fertilizantes y pesticidas. Debido sobre todo al uso de fertilizantes químicos, a la agricultura y ganadería intensiva y a los monocultivos, se produce una importante cantidad de óxido nitroso (NO2), el tercer gas de efecto invernadero con mayor efecto sobre el calentamiento global. En Europa, el 40% de la energía consumida en las explotaciones agrarias se debe a la producción de fertilizantes nitrogenados.

Por otra parte, la producción agraria industrial consume mucha más energía (y libera mucho más CO2) para mover sus gigantes tractores para labrar la tierra y procesar la comida.

3/ Por destruir la biodiversidad (y sumideros de carbono)

Este ciclo del carbono ha sido parte de la estabilidad del clima durante millones de años. Las empresas de agronegocios han destrozado este equilibrio con la imposición generalizada de la agricultura química (con uso masivo de pesticidas y fertilizantes procedentes del petróleo), con la quema de bosques para plantaciones de monocultivos y destruyendo las tierras pantanosas y la biodiversidad.

4/ Convirtiendo la tierra y los boques en áreas no agrícolas

Bosques, pastizales y tierras cultivables están siendo convertidos rápidamente en áreas de producción agrícola industrial, en centros comerciales, en complejos industriales, grandes casas, en grandes proyectos de infraestructuras o en complejos turísticos. Estos cambios causan liberaciones masivas de carbono y reducen la capacidad del medio ambiente de absorber el carbono liberado a la atmósfera.

5/ Transformando la agricultura de una productora a una consumidora de energía

En términos energéticos, el primer papel de las plantas y de la agricultura es transformar la energía solar en la energía contenida en los azúcares y celulosas que pueden ser directamente absorbidas en la comida o transformadas por los animales en productos de origen animal. Este es un proceso natural que aporta energía en la cadena alimentaria. No obstante, la industrialización del proceso agrícola en los últimos doscientos años nos ha llevado a una agricultura que consume energía (usando tractores, agroquímicos derivados del petróleo, fertilizantes...).

Falsas soluciones

Agrocombustibles (combustibles producidos a partir de plantas y árboles) se han presentado muchas veces como una solución a la actual crisis energética. Según el protocolo de Kyoto, el 20% del consumo global de energía debería provenir de recursos renovables para 2020, y esto incluye a los agrocombustibles. Sin embargo, dejando aparte la locura de producir comida para alimentar autos mientras muchos seres humanos están muriendo de hambre, la producción industrial de agrocombustibles va a aumentar el calentamiento global en vez de reducirlo. A cambio de una reducción pequeña y no probada (a excepción de la caña de azúcar) de algunos gases de efecto invernadero comparando con los combustibles fósiles, la producción de agrocombustibles va a aumentar las plantaciones intensivas de monocultivo de palma, soja, maíz, o caña de azúcar; va a contribuir a la deforestación y a la destrucción de la biodiversidad. La producción intensiva de agrocombustibles no es una solución al calentamiento global, ni va a resolver la crisis global en el sector agrícola

El comercio de carbono

En el protocolo de Kyoto y otros planes internacionales, el "comercio de carbono" se ha presentado como una solución para el calentamiento global. Es una privatización del carbono posterior a la privatización de la tierra, del aire, las semillas, el agua y otros recursos. Permite a los gobiernos asignar permisos a enormes contaminadores industriales de tal forma que puedan comprar el "derecho a contaminar" entre ellos mismos. Algunos otros programas fomentan que los países industrializados financien vertederos baratos de carbono tales como plantaciones a gran escala en el Sur, como una forma de evitar la reducción de sus propias emisiones. Están siendo creadas de esta manera grandes plantaciones o áreas naturales de conservación en Asia , África, y América Latina, expulsando a comunidades de sus tierras y reduciendo su derecho de acceso a sus propios bosques, campos y ríos.

Cultivos y árboles transgénicos

Se están ahora desarrollando árboles y cultivos transgénicos para agrocombustibles. Los organismos genéticamente modificados no resolverán ninguna crisis medioambiental sino que por si mismos ponen en riesgo el medio ambiente, así como la salud y la seguridad.

Estos árboles y cultivos transgénicos son parte de la "segunda generación" de agrocombustibles basados en la celulosa, mientras que la primera generación se basaba en distintas formas de azúcar de las plantas. Aun en los casos en los que no se usan variedades transgénicas esta "segunda generación" plantea los mismos problemas que la anterior.

La Soberanía Alimentaría proporciona medios de subsistencia a millones de personas y protege la vida en la tierra

La Vía Campesina cree que las soluciones a la actual crisis tienen que surgir de actores sociales organizados que están desarrollando modelos de producción, comercio y consumo basados en justicia, solidaridad y la comunidades saludables. Ninguna solución tecnológica va a resolver el desastre medioambiental y social. Solo un cambio radical en la forma en que producimos, comerciamos y consumimos puede dar tierras para comunidades rurales y urbanas saludables. La agricultura sostenible a pequeña escala, un trabajo intensivo y de poco consumo de energía, puede contribuir a enfriar la tierra:

• Asumiendo más CO2 en el suelo de manera orgánica a través de la producción sostenible (la producción extensiva de vacas y ovejas en pastizales tiene un positivo balance de gas invernadero).

• Reemplazando los fertilizantes nitrogenados por agricultura ecológica y/o cultivando proteaginosas que capturan nitrógeno directamente del aire.

• Produciendo biogás de residuos animales y vegetales, con la condición de mantener suficiente materia orgánica en el suelo.

• Produciendo energía solar en todos los tejados agrícolas (con apoyo a la inversión para los pequeños campesinos)...

En todo el mudo practicamos y defendemos la agricultura familiar sostenible y a pequeña escala y exigimos soberanía alimentaria. La soberanía alimentaria es el derecho de las personas a los alimentos saludables y culturalmente apropiados producidos a través de métodos sostenibles y saludables, y su derecho a definir sus propios alimentos y sistemas de agricultura. Colocamos en el fundamento de los sistemas y de las políticas alimentarias las aspiraciones y necesidades de aquellos que producen, distribuyen y consumen alimentos, en lugar de las demandas de los mercados y de las multinacionales. La soberanía alimentaria da prioridad a las economías y mercados locales y nacionales, dando el poder a campesinos y pequeños agricultores, a los pescadores tradicionales, a los pastores y a la producción, distribución y consumo de alimentos basada en la sostenibilidad ambiental, social y económica.

Exigimos urgentemente a los encargados de tomar decisiones locales, nacionales e internacionales

1/ El desmantelamiento completo de las compañías de agrocombustibles. Están despojando a los pequeños productores de sus tierras, produciendo comida basura y creando desastres medioambientales

2/ El reemplazo de la agricultura industrializada por la agricultura sostenible a pequeña escala apoyada por verdaderos programas de reforma agraria

3/ La promoción de políticas energéticas sensatas y sostenibles. Esto incluye el consumo de menos energía y la producción de energía solar y biogás por los campesinos en lugar de la promoción a gran escala de la producción de agrocombustibles, como es el caso actualmente.

4/ La implementación de políticas de agricultura y comercio a nivel local, nacional e internacional, dando apoyo a la agricultura sostenible y al consumo de alimentos locales. Esto incluye la abolición total de los subsidios que llevan al dumping (competencia desleal) de comida barata en los mercados de exportación y el dumping de comida barata en mercados nacionales.

Por los medios de subsistencia de millones de pequeños productores en todo el mundo,

Por la salud de las personas y por la supervivencia del planeta:

Exigimos soberanía alimentaría y nos comprometemos a luchar de forma colectiva para lograrla

Rajoy, Bush, Gore y el cambio climático


A decir verdad, y a medida que el tiempo ha ido pasando, las posiciones negacionistas en relación con el cambio climático han ido perdiendo fuelle entre nosotros. La certificación de que el grueso de la comunidad científica da por demostrado que la especie humana está dañando gravemente el medio se ha abierto camino y ha colocado en posición delicada a las cada vez más escasas voces disidentes, a menudo sospechosas, por añadidura, de connivencia con oscuros intereses empresariales. Por todo ello sorprende tanto más la lamentable salida de tono que, para presunta desesperación de sus asesores, asumió días atrás el máximo responsable del Partido Popular, Mariano Rajoy.

No está de más recordar que, en lo que hace a los últimos años, el negacionismo en relación con el cambio climático sólo parecía brotar en nuestra cercanía en labios de liberales extremos. Detrás de algunas de esas tomas de posición era legítimo adivinar, eso sí, una incipiente conciencia en lo que atañe a algo importante: la manifiesta ineptitud del mercado a la hora de afrontar problemas como el que tenemos entre manos. Pareciera como si, sabedores de la precariedad de las soluciones que el mercado ofrece al respecto, esta suerte de ultraliberales se hubiese inclinado, sin más, por negar la mayor y afirmar que lo del cambio climático es la enésima superstición alimentada por los nostálgicos de la hiperregulación.

Claro es que, y para decirlo todo, la conciencia, cada vez más clara, en lo que respecta a lo delicado de la situación general contrasta poderosamente con la inanidad de las respuestas que tirios y troyanos han tenido a bien hilvanar al respecto. Y es que las políticas materialmente abrazadas por los sucesivos gobiernos en Madrid, populares como socialistas, han dejado mucho que desear. Si bien está que critiquemos a Rajoy por sus frívolas declaraciones, cada vez se antoja más urgente denunciar el liviano compromiso que el gobierno socialista ha mostrado en relación con la aplicación honrada de un protocolo, el de Kioto, que es poco más, por cierto, que un mero e inicial parche para encarar problemas muy graves. Si, por un lado, España está muy lejos de satisfacer los requisitos acordados, no precisamente ambiciosos, por el otro arrecia la presión empresarial para revisar a la baja los criterios estatuidos y no falta quien coquetea, en fin, con el horizonte de adquirir cuotas de contaminación en manos de países más pobres.

La estulticia de las palabras de Rajoy y la retórica florida no acompañada de hechos que muestra el gobierno socialista se despliegan --no se olvide-- en un escenario en el que la principal voz negacionista durante años, la del mismísimo presidente norteamericano, George Bush, parece haber plegado velas. No nos engañemos mucho, sin embargo, al respecto. Aunque es cierto que Bush ha tomado nota de la opinión abrumadoramente dominante en los círculos científicos, y ha acabado por reconocer que estamos dañando el medio, lo cierto es que el sentido general de su apuesta parece situarse en el magma mental que retrataba el anuncio de un simposio que apareció la primavera pasada en un diario de Madrid: "Oportunidades que ofrece el cambio climático". Digámoslo de otra manera: lo que Bush, en una finta insospechada, parece acariciar es la conveniencia de escarbar en las posibilidades que el cambio climático allega para procurar nuevos negocios, antes en la perspectiva de alentar estos últimos que en la de frenar aquél. Así las cosas, y en virtud de un formidable y transgresor movimiento, el presidente estadounidense se dispone a atribuir a la iniciativa privada, no la responsabilidad principal de lo que ocurre, sino, muy al contrario, la posibilidad objetiva de que deje de ocurrir.

Agreguemos, en fin, que el propio, y en estas horas idolatrado, Al Gore deja, en sus declaraciones públicas y en sus escritos, algún margen para la duda. Olvidaré ahora que no parece que cuando nuestro hombre fue vicepresidente de Estados Unidos, con Clinton en la cabeza del país, muchas de las políticas arbitradas difiriesen en demasía de las que al cabo abrazó el Bush negacionista. Aunque An Inconveniente Truth, el libro escrito por Gore tiempo atrás, es en la mayoría de sus trechos una estimulante crítica de los efectos de nuestras agresiones contra el medio natural, no faltan en modo alguno en sus páginas los coqueteos, de nuevo, con la iniciativa privada y sus virtudes. Bien es verdad, para reconocerlo todo, que cuando, en el capítulo final de su texto, Gore pone manos a la tarea de reseñar lo que podemos hacer para plantar cara al cambio climático, al cabo no le queda más remedio que reivindicar una reducción en nuestros niveles de consumo, algo que con certeza casa poco con las querencias que avalan los enamorados del mercado y de la iniciativa privada. Eso sí, a tono con los tiempos, el laureado político estadounidense prefiere decirlo con la boca pequeña.