Especular con el hambre


La crisis de los precios de los alimentos es el resultado de permitir libremente que se pueda practicar con ellos el juego de la oferta y la demanda. Y con la comida no se juega repetía mi abuelo. Por un lado, la demanda de los granos básicos sube a consecuencia del aumento de la población mundial, de la mayor demanda de proteína animal (carne, leche y huevos) que parece que solo sabemos obtenerla mediante la ganadería intensiva, dependiente del grano, y por la aparición en el campo de juego de los agrocombustibles. Mientras, la oferta de grano ha bajado este año y se prevén futuras malas cosechas derivadas del cambio climático.

La situación no es estacional y podemos pronosticar que en los próximos años la demanda superará a la oferta, y esto --¡atentos!-- lo saben los capitales financieros.

En una economía capitalista desregulada los alimentos son moneda de especulación. El trigo, el maíz o el arroz se está negociando bajo modalidad de contratos de futuros en las bolsas de Chicago o Nueva York. Es decir, se acuerda hoy la compra de unas toneladas de grano a un precio y fecha determinada, esperando por parte del comprador, que la evolución de los precios sea a la alza. Especulando con la comida de los demás, los precios siguen su escalada: la tortilla de maíz en México, la leche en Europa o el arroz que se ha disparado a máximos nunca vistos, lo cual supondrá un grave problema para los 2.500 millones de asiáticos que dependen de este cultivo.

Si bien estas inversiones inmorales solo estaban al alcance de grandes capitales financieros, la prensa económica ya anuncia en España fondos de inversión para particulares ligados directamente a los productos agrícolas. Les ayudo con el slogan: "Fondos tragaderas, cuanto más hambre más ganancias".